martes, 24 de febrero de 2009

ESCATOLOGIA PUBLICITARIA

Desde que ya hace unos cuantos años, un actor compatriota nuestro comenzó a mantenernos al día de su régimen de evacuación intestinal, explicándonos además como colaboraba a la mejora del mismo la toma de un producto lácteo, lo cierto es que las franjas publicitarias de las diversas cadenas de televisión (y de radio también) se han convertido en verdaderos manuales de las ventajas de una evacuación diaria. No voy a ser yo quien no reconozca las ventajas de un habito intestinal regular ni el que no reconozca los problemas que pueden derivarse del estreñimiento, pues algo entiendo de la materia, vaya ello por delante. Pero realmente se producen situaciones incómodas durante la emisión de dichos anuncios:

- Uno está tan a gusto comiendo un domingo a mediodía y, en pleno deleite de nuestras papilas gustativas, sale un señor panzudo y con cara de pocos amigos al que le recomiendan que aumente su frecuencia de vaciamiento intestinal para cumplir mejor su trabajo de vigilancia. Y ¡hala!, no puedes por menos que imaginarte al hombre sentado en la taza del Water con los pantalones y los correajes por el suelo. Pues oye, parece que, en concreto, ese trozo de comida, no te sabe ya tan bien.


- Sentado cómodamente en tu sillón observas a una mujer joven de muy, muy buen ver paseando por una terraza con vistas al mar; todo maravilloso: el paisaje, la casa, y, por supuesto, la señora en cuestión, cuya imagen va a acercándose a la cámara hasta llegar a un primer plano. En ese momento, cuando más embelesado estás mirándola, va y te suelta que está así porque todos los días tiene un "momento...." con un determinado nombre publicitario. Que, le llamen como le llamen, es ir a cagar. Pues con esa frasecita se han cargado todo el atractivo de la señora en cuestión, porque como decía mi ex-compañero de trabajo Paco "si quieres que una chica deje de gustarte, imagínatela cagando".



Y es que otras cosa no seremos, pero a imaginativos no nos gana nadie. Y creo que ésto es solo el principio, pues aunque ahora mismo no recuerdo ejemplos más variados si que es cierto que existen bastantes más anuncios preocupados por nuestra regularidad intestinal. Esto va a ir a más, no lo dudéis; acabaremos asistiendo a tertulias, donde los contertulios, esos eruditos sacados de los "reality-shows", expresarán su opinión sobre los diversos alimentos y como evacúan tras su toma, moderados por el correspondiente humanista de turno, quien también entrevistará a famosos los cuales presumirán de defecar sin problemas a diario hasta que el consabido periodista-investigador de turno, impidiendo hablar al resto del plató declare que tiene pruebas al respecto de que ese señor toma "¡todas las mañanas, todas las mañanas!" un yogur de tal marca, y traiga al estudio al dueño de la tienda de comestibles que se los vende; todo un documento con teléfono de aludidos y todo.

Imaginaos un nuevo reality-show (Dios, como odio esta palabra) donde, por supuesto Mercedes Milá, encierre a varios individuos e individuas y no solo los aisle del exterior, sino que les impida comer alimentos "reguladores" del transito intestinal. Los tan interesantes diálogos serán algo así:

(en voz muy baja, gilipoyez inmensa, pues todo el mundo, hasta ellas, saben que hay micrófonos en todos los lados)

- Jó tía, pues yo ayer ya no fui.

- No te preocupes, tía, yo tampoco, pero creo que no somos las únicas. Mira, tía, ayer mismo, "el Paco" que tiene cara de ir todos los días le estaba diciendo al Oscar por lo bajinis que hacía ya dos días que no iba.
- Hala tía, que fuerte, si yo lo vi entrar al baño y tardó mas que en mear.
- Ya lo conoces, tía, es un presuntuoso.
- Jo tía, pues lo voy a nominar, por presuntuoso y por farsante estreñido.

No olvidemos, por supuesto, a nuestra intelectual presentadora entrevistando a los familiares de los integrantes de "la casa":
- Oye, ¿tu hija antes de entrar al concurso iba el mismo numero de veces al water que ahora?
- Pues mira, Mercedes, yo soy la primera sorprendida; en casa había días que solo a mear, oye.
- Y tú, Angustias, ¿qué me dices de los ruidos que hace tu hijo y de las caras que pone sentado en la taza?
- ¡Ay, Mercedes, hija! no sabes la impresión que da verlo ahí en la televisión, parece otro talmente.

Podremos asistir a programas rodados desde academias a las que tras rigurosa selección puedan acceder jóvenes que ya llevan años marcando maneras en el cuidado de su vientre y donde se nos enseñe como forzar la evacuación de excretas en base a una alimentación seleccionada. Los profesores de evacuación serán duros, rígidos e intransigentes:
- ¡No, no y no! ¡Pero tú como quieres ir al water mínimo una vez al día si te comes el yogur a lo bruto! ¡Como un gañán! ¿como te he dicho que se coge la cucharilla? ¿Cómo se mastica y se paladea?
- Fefy, te has esforzado, has peleado, verdaderamente has mejorado mucho desde tu entrada en la Academia, pero el peso de tus excrementos diarios no es el suficiente para que permanezcas. ¡Chao, cariño!
- Lolo, has conseguido emocionarnos en algunos momentos con tu buen hacer, con tu humanidad, pero el público ha decidido que tus posturas durante la evacuación no son las adecuadas. Así pues, ¡no pasas a la siguiente fase!.
- Chiky, cariño, sabemos que cada día te esfuerzas un poco más que el anterior, tu forma de apretar en la taza recién levantada, el volumen y consistencia de tus heces y esa puntualidad británica, ¡hacen que pases a la siguiente fase!

Aparte de una marranada, puede parecer de mal gusto lo anteriormente narrado, pero tengamos presente que tan privado es el acto de evacuar como el de copular (aunque para este último hagan falta dos personas) y muchos son los programas en los que la cópula y con quien se realiza son el único tema del mismo. Tengamos también presente que al ingresar en una casa donde hay cámaras en casi todos los sitios, uno esta renunciando a su intimidad, y ya por un poco más ¿que importa que te vean en tan fisiológico y depurativo momento? De hecho, en algunos casos sería lo único normal que harían al cabo de su estancia. Y por último, puestos a que nos echen broncas, nos insulten, y nos ridiculicen de manera afectada y amanerada, pues que se rían de nuestras moñigas antes que de nuestra expresión y nuestra forma de movernos por no ser "chics".

Para terminar recuerdo un párrafo del muy entretenido libro de Camilo José Cela "viaje a la Alcarria" que comienza diciendo: "El viajero, sentado en el excusado se deshace de aquello que le sobra....." Ahí está la diferencia entre el Premio Nobel en literatura y quien no lo es: Mientras unos mezclan imágenes atractivas (la señora y el paisaje) o tópicas (el señor con cara de pocos amigos) el Escritor (con mayúscula) aisla el momento de la evacuación intestinal de otras actividades por medio de unos puntos y seguido magistralmente colocados en el texto. Y además tiene el buen gusto de contar, en párrafos anteriores, los exquisitos alimentos que ha comido en tan bella comarca, sin relacionarlos en absoluto con posteriores visitas al inodoro.

Acabo este "divertimento escatológico" con un verso nacido de la sabiduría popular y que, cual poema épico, se ha ido transmitiendo generación tras generación de manera oral:
"En este Mundo, señores, de cagar nadie se escapa,
caga el pobre, caga el rico, caga el Rey y caga el Papa"

miércoles, 11 de febrero de 2009


UN VIAJE A LA HUMILDAD


Hay veces que no entendemos las palabras que nos dicen, pero somos capaces de entender otros mensajes que nos transmiten. Ahí va un pequeño cuento a este respecto.


Hacía semanas, o tal vez meses, que era incapaz de sentirme satisfecho con nada ni con nadie; nada conseguía mantener mi atención más de unos pocos minutos ni suscitar mi interés. Todo era aburrido, vacío, ajeno a mí. Mi comportamiento con las personas de mi alrededor era superficial y carente de todo tinte afectivo. Sus conversaciones me aburrían, sus problemas me daban lo mismo, sus escalas de valores me parecían inadecuadas. Las pocas palabras que de mis labios salían hacia ellos eran vagas, carentes de toda intención de seguir una conversación y, justo es decirlo, en múltiples ocasiones encaminadas a demostrar mi desinterés sobre su vida y sobre ellos mismos. No me sentía superior, me sentía, simplemente, distinto a ellos, ajeno a su forma de vida. Ellos no eran de mi circulo, ni yo del de ellos.
Decidí tomarme un respiro y huir de tanta mezquindad y vulgaridad, darme un tiempo para mí mismo, solo, sin aguantar a mi lado seres que no me interesaban y cuya conversación me enojaba. Una semana era un plazo aceptable y que me podía permitir en todos los aspectos.
El pueblo era bonito, rodeado de montañas que únicamente se separaban para dejar paso a la diminuta carretera a través de la cual el vetusto autocar me dejó en la plaza.
El hotel, el adecuado a mis expectativas: limpio, cómodo y con los servicios justos. Fui la única persona que estaba cenando en un comedor dominado por los marrones de la madera y los grises de la piedra. Apenas si hable con el camarero: aquello empezaba bien. Caí en la cama cansado, francamente cansado de cuerpo y alma. Algo turbó mi sueño y me despertó; pensé que había dormido apenas unos minutos, pero la luna, redonda frente a la ventana al acostarme, ya no estaba ahí. Me asomé a la ventana y la divisé bastante a mi izquierda ¡en cuarto menguante! Algo en mi interior me advirtió del desatino de aquello. Mi reloj marcaba la 1.30 de la madrugada del mismo día en que me había acostado: había dormido apenas 30 minutos, lo que yo suponía. Vamos a no negarlo, sentí miedo, las piernas se me aflojaron. Puse la televisión: solo podía sintonizar 2 canales en los cuales las personas hablaban un idioma que en absoluto entendía y que era incapaz de poder asociar con ninguno que me sonase; el corazón empezó a palpitar con fuerza, haciéndome notar su presencia con autoridad y energía. El teléfono, ese odiado aparato a través del cual me llamaban para contarme cosas que no me importaban en absoluto se convirtió, como por encanto, en algo a lo que aferrarme. La voz del recepcionista era dura, seca, casi tajante; el idioma, algo me lo dijo en mi interior, el mismo de la televisión. Colgué; nadie me llamó interesándose por si me ocurría algo. No fui capaz de bajar a averiguar que estaba pasando. La calle oscura que se divisaba desde la ventana desembocaba en una plaza igual de oscura, igual de solitaria. No se las horas que pasé buscando con la mirada la aparición de una persona con la secreta esperanza de que fuera hablando con otra en nuestra lengua, o que simplemente me mirara y yo pudiera saludarla y me respondiera con un sencillo “buenas noches”. El amanecer me encontró tembloroso, con las piernas contraídas y con el corazón recordándome su fragilidad en forma de palpitaciones vigorosas e irregulares. Con ese leve trazo de optimismo que el clarear del día infunde reuní el valor necesario para bajar y afrontar aquello de lo que me había convencido a mi mismo durante mi larga y quieta vigilia. El recepcionista fue incapaz de entender mis ya suplicas de qué me estaba ocurriendo: su expresión fue primero cortes, después condescendiente y finalmente desinteresada, hasta que encontró algo que hacer para librarse de mi conversación. La camarera, ni tan siquiera disimuló un falso interés: colocó el desayuno sobre mi mesa y se volvió hacia la cocina. El resto de personas en el comedor, todas, curiosamente estaban también solas como yo, desayunaban tranquila y relajadamente.
- Por favor, ¿alguien habla mi idioma?
Algunos, los menos, levantaron la cabeza para volverla a agachar inmediatamente; el resto ni tan siquiera se movió.

Con el café quemándome las entrañas salí hacia la calle. Al llegar a la recepción, más que verlo, intuí su presencia, sentado en un sillón en un rincón: Alfredo, el idiota este que es incapaz de cualquier cosa que uno pueda pensar. Corrí hacia él y me apoye en uno de los brazos del sillón.
Me sorprendí yo mismo de la frase que le dirigí:
- Alfredo por Dios, que alegría de verte. ¿Dónde estamos? ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué hablan esta lengua tan rara?
Tardó bastante tiempo en estudiarme de los pies a la cabeza y luego en contestarme.
Aún antes de que abriese la boca ya lo presentí: de nuevo ese lenguaje incomprensible y, como en los demás, asociado a una inexpresión que trasmitía una falta total de interés hacia mí y lo que pudiera sucederme.

Guiado por un resorte me incorporé y me dirigí de nuevo hacia el comedor. Antes de entrar ya estaba gritando:
- Pero bueno, ¿es que nadie va a poner el menor interés en lo que me ocurre? ¿es que nadie va a intentar entenderme? ¿acaso pensáis que sois………..
Quedé paralizado por unos segundos, o por unos minutos, o por unas horas. Nunca lo sabré. En el comedor, repartidos por las distintas mesas, unos solos, otros en grupo, se encontraban gran parte de las personas que formaban parte de mi vida, aquellos que “no me interesaban y cuya conversación me enojaba”.
Ni uno de ellos me miró, ni uno de ellos dejó la conversación que mantenía en tan ignorada y ya odiada lengua, ni tan siquiera los que estaban solos prestaron un solo segundo a mi presencia. Era como si para ellos no existiera, no estuviera. Me acerqué a algunos de ellos y los zarandeé con toda mi fuerza. En todas las ocasiones la reacción fue la misma: una leve y fría mirada de soslayo y vuelta a su quehacer, su charla, la lectura del periódico, o simplemente la meditación.
Rabia, miedo, pena, odio, todo pasó por mi mente a la vez. Me senté en el suelo, abatido, sin fuerzas, completamente a merced de lo que quisiera hacer conmigo ese grupo, que por otra parte, parecía ignorar mi presencia. Al golpear de rabia mis muslos con las manos noté un bulto en uno de ellos: el teléfono móvil. La reacción fue automática y presioné las teclas con desesperación.
- ¿Dígame?
- Alfredo, ¿eres tú?
- Hombre Carlos, ¿Cómo estás? Claro que soy yo, lo que pasa es que no tengo tu teléfono y no sabía que eras tú.
Mi voz sonó, estoy seguro, desesperada:
- ¿Dónde estás?
- ¿Dónde voy a estar a estas horas? En casa, acabo de levantarme y estoy desayunando. Te noto un poco rara la voz ¿Te pasa algo? ¿estas nervioso? He quedado con algunos de los compañeros para ir a dar una vuelta por la sierra, si te apetece apuntarte; ya se que los fines de semana siempre tienes planes, pero si te apetece…
- Sería maravilloso, Alfredo sería maravi…….

El timbre no paraba de sonar, martilleando mi abotargada mente. En un principio pensé que era el despertador; a los pocos instantes comprendí que era el teléfono; descolgué con los ojos cerrados por el miedo y sin atreverme a levantar la cabeza de la almohada.
- Perdone Señor, llamo desde recepción; su llamada de antes se cortó y no entendí lo que quiso decirme. ¿necesita usted algo? ¿puedo ayudarle en algo?
- Si, por favor, ¿me puede dar línea con el exterior?
- Con mucho gusto. Si se cortase basta con que vuelva a apretar el “0” y la tiene directamente. A propósito ¿desea que le subamos el desayuno o bajará al comedor?
- Bajaré, muchas gracias.
- Gracias a usted, le doy línea.

Tras buscar el número en mi móvil, marqué con vehemencia; los tonos de llamada se me hicieron eternos.
- ¿Dígame?
- Alfredo ¿eres tú?
- Hombre Carlos, ¿Cómo estás?......................................................

FIN
Bueno, ahí lo dejo. A quien le guste me alegro, a quien no, lo siento; espero que el próximo sea mejor.